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Catástrofe en el espacio

Catástrofe en el espacio

Autor: Harry Harrison
(Connecticut 12/marzo/1925 - Imperio británico 15/agosto/2012)
Emecé distribuidora. Ciencia Ficción Volumen 23
Skyfall 1976


     Harrison escribe con toques de humor una novela que publica en la época del cine catástrofe. Rusia y EEUU juegan a dejar atrás la guerra fría y, sin dejarla, cooperan en un proyecto para generar energía con 50 naves que orbiten la tierra. Prometeo es el nombre de la nave nº 1.
   Pero, la nave espacial Prometeo, por errores y prisas no puede alcanzar su órbita y comienza a descender. Se trata de una nave nuclear que al caer producirá una catástrofe en la tierra.

  URSS y EU juegan a quien es mejor. Y mientras que los rusos proponen una copiloto, los de USA que no tienen ninguna mujer reemplazan un médico que está enfermito por una doctora negra; de paso se evitan un boicot como ese que se hizo en los Oscars de 2016 por que no nominaron actores negros ni pelirrojos, ni malabaristas.

   Harrison evita el sentimentalismo burdo y si alguien muere: la vida sigue. Tiene demasiados problemas como para ponerse a montar emotivos requiems.

   Una película que Holywwod no podría hacer. Ya hemos visto 1534 películas donde los chicos de EU salvan al planeta y son héroes altruistas donde el presidente es poco menos que un mártir. 
   Sin embargo, dudo que estos chicos puedan hacer una peli del libro ya que el presidente de USA muestra una hijoputez poca veces vista (en Cine y TV, por que...)

—Siéntese y cierre el pico, Dillwater. Ésa no es forma de hablar con el presidente de los Estados Unidos.
—¡Sí, señor! ¡Ésa es la forma de hablar con un presidente que ha cometido una acción tan repugnante como la suya!
—Dillwater, se está metiendo en aguas muy profundas —observó Bannerman, levantándose para enfrentarse con el director de la NASA
—. Aquí no se habla más de esto. 
—Se va a seguir hablando, general...

  A los de la Prometeo los apuntan con una bomba atómica desde la tierra ¡y se la disparan!, les piden que se autodestruyan y también un cañón láser orbital los mira con cariño... el desastre nuclear que lleva la nave es por momentos el menor de sus problemas.

   Dilwater en Tierra y los seis tripulantes en el espacio están a la altura de las circunstancias. No son los únicos; y por suerte, siempre hay quienes se rebelan ante la estupidez de impedir auxilios a quienes lo necesitan.
 Vaught dio la vuelta para marcharse, pero Kober le detuvo con una áspera parrafada:
—No puede hacer eso. Se lo prohíbo terminantemente. La disciplina de los civiles ya es bastante escasa en este proyecto, pero no permitiré que ponga en peligro a mi personal o a la nave con actos criminales, ¿entiende, Vaught?
—Entiéndalo, coronel: para usted me llamo señor Vaught. No lo olvide. En cuanto a sus prohibiciones es como si un perro quisiera tirarse un pedo más grande que el de un elefante. Comienzo a cargar el combustible. 

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